Una jauría de perros

Los límites de la amistad animal

La pensadora estadounidense Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales (2012), está hondamente preocupada por la justicia para los animales

Leo con asombro y estupor que en las afueras de Moscú hay una pequeña jauría de perros callejeros que suelen coger el metro para ir a comer al centro. En su libro Animales habladores (Taurus), la doctora en Filosofía y cantautora neerlandesa Eva Meijer cuenta que también saben cuándo cruzar la calle y a qué humanos pueden pedir comida. El biólogo Andrei Poyarkov ha definido a esos perros como élite intelectual.

Podría preguntarse hasta dónde pueden llegar las capacidades animales y cómo enfocar su desarrollo. La pensadora estadounidense Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales (2012), está hondamente preocupada por la justicia para los animales; se trata de tanto combatir su explotación y mal trato, como de ser respetuosos con su sociabilidad y voluntad de vivir, de darles oportunidades para que produzcan beneficios sociales. Valorar la forma de vida plena de un animal redundaría, pues, en políticas mejores.

En cualquier caso, ciertos animales llegan a hacerse cargo de los gestos y las emociones de los humanos, incluso mimetizar algunas expresiones, de modo que es posible establecer relaciones estrechas con ellos y verlos con otros ojos; lo que vamos aprendiendo de los animales conduce a transformar nuestro modo de verlos, de tratarlos y de tocarlos.

Asimismo, podemos captar el grado de comunicación que tienen los propios animales entre sí. Hay, al respecto, investigaciones científicas interesantísimas y que, aún sin alcanzar conclusiones definitivas, son prometedoras. Los animales desarrollan sistemas de comunicación con los que experimentan, juegan y se avisan también de la presencia de intrusos. Parece que las gallinas emiten más de veinte sonidos diferentes, si bien no entendemos de forma adecuada la mayoría de sus significados. Imagino que también se producirán malentendidos entre ellos, como ocurre con los humanos.

Los delfines, leo, se llaman unos a otros por un nombre. Los loros pueden llegar a conocer más de cien palabras, gastar bromas e influir en el comportamiento de quienes los rodean.

Cada comunidad de abejas tiene sus propias danzas, o quizá son dialectos.

Los ratones, las polillas y los saltamontes se comunican en frecuencias que superan los límites de la audición humana. ¿Será posible percibir las vibraciones del agua producidas por los movimientos de los tiburones, que también emplean sonidos, olores y señales eléctricas? Se considera hoy que murciélagos, elefantes, focas y ballenas son capaces de aprender a producir sonidos nuevos.

Es célebre el artículo que el pensador de origen serbio Thomas Nagel publicó hace medio siglo acerca de la consciencia: Qué se siente al ser un murciélago. Hay experiencias subjetivas cognitivamente inaccesibles, experiencias de primera persona y de tercera persona. Se interpretan hechos objetivos de manera distinta, según sea el punto de vista adoptado.

Es de destacar que, investigando a chimpancés en cautividad, se ha podido observar que algunos ayudan a los humanos sin esperar nada a cambio, así como pueden mostrarse altruistas también con otros chimpancés sin expectativa alguna de recompensa. Sin embargo, entiendo que los derechos sólo son humanos. Ni animales ni robots tienen derecho a nada. Los humanos tenemos deberes y obligaciones con ellos, responsabilidad ineludible y exigible. Hay una tendencia de pensamiento animalista que no es de recibo al consistir en una proyección humana, así la que considera deseable e incluso posible la futura participación de los animales en la vida política, aunque no puedan “mantener una discusión significativa en el parlamento dentro del sistema actual”. Esto implica posibilitar su derecho al sufragio. Nussbaum ha llegado a decir que “si los animales son objeto de una multa, su compañero humano deberá asumir su pago, pero lo correcto será que se le ‘imponga’ al animal, pues asignarle la responsabilidad de lo ocurrido no deja de ser una señal de respeto”.

Me temo que, bajo la capa de una empatía universal, podamos caer en una grave demencia social: la apoteosis de consagrar la tontera y la renuncia a la primacía de la razón sobre las emociones; cuando siendo respetuosa y benévola, la razón resulta leal y emotiva de veras.