Tres músicos en un escenario oscuro, uno tocando la guitarra, otro la batería y un tercero de pie sobre una mesa con un micrófono.

Alberto San Juan pone en tela de juicio algunos aspectos de la historia de España

“Macho grita” es un monólogo con ilustraciones musicales que el galardonado actor presenta en el Teatro Condal

Alberto San Juan presenta en el teatro Condal de Barcelona su espectáculo “Macho grita” y lo define como una “comedia musical”. Bien, ya sabemos que las clasificaciones son siempre arbitrarias, pero se nos ocurre que quizá en este caso hubiese sido más pertinente adjetivarlo como “monólogo musical” puesto que de eso se trata: de una actuación exclusiva y muy personal de San Juan que es a la vez que intérprete, director de sí mismo, responsable de la dramaturgia e incluso del vestuario (hay una señorita que aparece al principio de la función y desaparece para salir de nuevo casi al final, revolcarse por el suelo y hacer mutis por el foro, pero cuyo papel es tan irrelevante su nombre ni siquiera aparece en el reparto) Los únicos apoyos con que cuenta San Juan son los cuatro músicos que le acompañan -guitarra, batería, contrabajo y saxo/piano- y que van ilustrando o subrayando con algunas piezas los pasajes que va recitando.

“Macho grita”, que se subtitula “Crónica de mi propia ignorancia sobre la historia de España” puede ser analizado desde dos perspectivas. En primer lugar, en función del texto, que es una amalgama de contenidos críticos pero cuyo eje fundamental es una defensa de la heterogeneidad humana, cultural y lingüística del devenir de nuestro propio país, en cuya narrativa el autor-director-intérprete trata de subrayar el carácter indisociable de tres de sus elementos constitutivos -cristiano, judío y musulmán- en cierto modo según la conocida tesis de Américo Castro. Hay también inserciones de algunos clásicos y así empieza con el encuentro entre Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía en el que ponen en común sus lances y tropelías, pero también el “vivo sin vivir en mí” de San Juan de la Cruz. Subyace en ello una intención crítica de la historia que elude exageraciones y maniqueísmos y que incluso incorpora tesis aventuradas como que el resultado de la colonización española del Nuevo Mundo no dio lugar a una sociedad mestiza, sino a una sociedad bastarda. Imagino que no pretenderá llevar está función a América.  Hay también la imprescindible alusión, como de pasada, a la última guerra civil Y, en fin, como de lo que se trata es de poner en tela de juicio el inveterado y ancestral machismo ibérico, se completa el discurso principal con algunos apuntes y una canción final.

Desde la perspectiva interpretativa no cabe dudar que el trabajo de San Juan es esforzado porque tiene que dar contenido a algo más de cien minutos sin que el espectador pierda su interés. Lo hace escalonando diferentes registros, acentuando fragmentos del texto con cambio de los tonos de voz o con la adición de gestos, muecas, piruetas e interminables paseos por el amplio foro (colocándose muchas veces de espalda al respetable, cosa que antaño se reputaba inadecuada, incluso condenable) También canta, se sube a una mesa, salta, se le traba la lengua -intencionada o no intencionadamente- y trata de suscitar la complicidad -en algún momento la risa- de la sala que, por lo general, responde adecuadamente. Este interminable movimiento escénico ha exigido un detallado montaje de la iluminación que resigue la peripecia de San Juan por la inmensa boca del Condal. Una experiencia en conjunto ciertamente curiosa aunque puede que también generadora de valoraciones divergentes.