Allí donde se queman libros

“Allí donde se queman libros”: las agresiones a librerías en España entre 1962 y 2018

Extrema derecha y extrema izquierda actuaron contra los libros no encajaban en sus estrechos márgenes doctrinales

“En su obra Almanzor el poeta alemán Heinrich Heine puso en boca de uno de los personajes, Hassan, la siguiente advertencia: «Eso solo ha sido un preludio, allí donde se queman libros se acaban quemando personas»”.

Recogen esta cita Gaizka Fernández Soldevilla Y Juan Francisco López Pérez en “Allí donde se queman librerías. La violencia política contra las librerías (1962-2018)” (Tecnos), un completísimo estudio de la persecución de la cultura escrita que protagonizaron en nuestro país tanto las ultraderechas nostálgicas del antiguo régimen como las ultraizquierdas, y muy en particular ETA.

Los autores, que no han trabajado sobre todas las amenazas recibidas por libreros sino solo las documentadas, revelan que durante ese período hubo 255 ataques plenamente confirmados, de los que el 87 % fueron a cargo de la ultraderecha o agentes parapoliciales, el 7’5 % de ETA, el 4 % de la extrema izquierda y el 2 % de origen desconocido y que la regiones más afectadas fueron Cataluña, el País Vasco y Valencia.

E indican que “en ocasiones los atentados ultras contra librerías fueron una forma de respuesta a los asesinatos cometidos por ETA, el FRAP, los GRAPO y otras organizaciones terroristas que tenían el mismo empeño en hacer descarrilar la transición que la extrema derecha”.

Recuerdan que muchas librerías fueron espacios de libertad durante el tardofranquismo, que las agresiones “causaron daños materiales y humanos, pero no víctimas mortales” y que se generalizaron a principios de los setenta -los peores años, 1975 y 1976-, aunque curiosamente “la violencia contra las librerías y las galerías de arte habían conseguido unir en su contra a todos los antifranquistas y a bastantes de los franquistas”. En este sentido, elogia la labor de apoyo que los libreros recibieron de Ricardo de la Cierva y Pío Cabanillas, así como de los ministros del Interior Martín Villa, Rosón e Ibáñez Freire.

Dedican una buena parte de su estudio a la violencia practicada por ETA: “El nacionalismo vasco radical intentó seducir, controlar o castigar a todos los ámbitos relacionados con la cultura y especialmente con la palabra” partiendo de la base de que “desde la perspectiva abertzale el enemigo no era el franquismo, sino España y todo lo español” incluidos los inmigrantes de otras regiones.

Lo que le llevó a despreciar como ajenos a Unamuno, Baroja, Zunzunegui, Ercilla y el mismismo Gonzalo de Berceo. Citan los casos de las persecuciones sufridas por el escultor Ibarrola, la librera Maxel Zunzunegi o la librería Lagún, que las soportó con el ominoso silencio de los demás establecimientos del ramo de su provincia. Y, en fin, señalan que “durante casi cuatro décadas empresarios y profesionales relacionados de una u otra manera con el mundo del libro fueron extorsionados por ETA”.

La seriedad del estudio no elude la reseña de alguna anécdota, como el insólito chivatazo que dio el policía Melitón Manzanas -a la vez torturador y más tarde asesinado por ETA- a un librero amigo de que iba a ser atacado y que le costó una sanción administrativa.

Fernández y López concluyen que “el odio a la palabra es un rasgo característico de los movimientos inciviles y antidemocráticos, especialmente de los ultranacionalistas” aunque puntualizan que la bibliofobia no fue indiscriminada porque “ni la extrema derecha, ni la extrema izquierda pusieron en la diana al mundo del libro en su conjunto, sino a una parte escogida del mismo: a aquella que por una u otra razón les molestaba o no encajaba en sus estrechos márgenes doctrinales”.