Un detalle de la portada del libro

La aventurada búsqueda del emérito en Abu Dabi en Juan Carlos I, el rey en el desierto

El periodista Alejandro Entrambasguas recibió el encargo de localizar la residencia de Don Juan Carlos I en Abu Dabi, lo que le obligó a vivir una asendereada aventura

El periodismo es una profesión harto gratificante, pero no por ello exenta de riesgos e incomodidades. Sobre todo, cuando de lo que se trata es de perseguir a algún personaje famoso que desea poner tierra de por medio y aislarse discretamente. Los contenciosos judiciales y fiscales que acecharon a Don Juan Carlos I tras su abdicación aconsejaron su alejamiento del territorio nacional y el rey emérito, recordando su excelente relación con Mohamed bin Zayed, presidente de los Emiratos Árabes Unidos, decidió acogerse en 2020 a su hospitalidad y establecer su residencia en Abu Dabi desde el 3 de agosto de ese año. Lo que no se dijo fue exactamente dónde, por lo que semejante incógnita resultó un verdadero reto periodístico que Alejandro Entrambasaguas afrontó no sin complicaciones, pero con buena fortuna y cuya peripecia relata ahora en “Juan Carlos I, el rey en el desierto” (Esfera de los Libros).

Alejandro marchó a Abu Dabi y pudo establecer los primeros pasos del monarca en el hotel Emirates Palace, el mismo en que decidió hospedarse él. Pero para entonces Don Juan Carlos ya había sido acomodado en otro lugar más exclusivo que resultó ser una cómoda vivienda en la isla de Zaya Nurai. Entre tanto y dando numerosos rodeos y tocando las más insólitas teclas, el periodista consiguió conectar telefónicamente con el rey emérito, circunstancia que le permitió el mayor scoop de su vida profesional: revelar el buen estado de salud del monarca, algo que se había puesto en duda en España. Y pudo además enterarse de cómo discurría su vida: desayunos con su amigo Mohamed bin Zayed, que acudía con frecuencia a visitarle en su residencia, lectura de prensa española, despacho de correspondencia, conversaciones telefónicas con sus amigos incondicionales, navegaciones por el golfo, participación en eventos deportivos, celebraciones familiares, etc. amén de algún brevísimo viaje a España o a otros países (Gran Bretaña para el funeral de Isabel II y a la isla de Wigh; Grecia para el de Constantino I; París para el ingreso de Vargas Llosa en la Academia Francesa; Ginebra para la graduación de su nieta Irene) Poca cosa comparada con la actividad desplegada durante el reinado del monarca más viajero de la historia de España (242 desplazamientos a 102 países)

Lo que no consiguió Entrambasaguas fue llegar hasta su residencia. Muy al contrario, en su intento de localizarla fue detenido por la policía emiratí, privado de pasaporte y procesado ¡por haber invitado a café a un vigilante! Una situación harto desagradable que pudo llevarle a la cárcel, pero que se resolvió por arte de birlibirloque. “Una persona -dice- me confirmó que Don Juan Carlos era quien me había salvado de una acusación de cohecho y otros delitos penados con 40 años de cárcel”. Mano de santo. O, mejor dicho, de rey.

Alfonso reivindica la figura del monarca emérito: “criticar a Don Juan Carlos es fácil. Nunca va a poder, ni a querer defenderse”. Paralelamente censura la actitud del presidente del ejecutivo español: “es imposible encontrar un gobierno en la historia de España tan beligerante con su rey como lo ha sido y todavía lo es el de Sánchez con Don Juan Carlos”. Y concluye señalando que “el problema para el regreso de Don Juan Carlos a España nunca ha sido su hijo por más que el gobierno intente transferir esa responsabilidad a la Casa del Rey”.