Fotomontaje de una biblioteca con el libro 'Las Reinas del mar'

Mauricio Wiesenthal novela su propia vida en 'Las reinas del mar'

El escritor barcelonés relata su vida de forma imaginativa como una larga singladura por los mares que ha navegado

El Ensanche barcelonés esconde en sus centros de manzana jardines interiores que han permanecido desconocidos hasta que por alguna razón fueron abiertos al disfrute público, como es en el caso de algunos establecimientos hoteleros. Justamente en uno de sus jardines y bajo el cálido sol de una mañana primaveral me encuentro con Mauricio Wiesenthal el que me unen tres coincidencias: ser ambos barceloneses, pertenecer si no a la misma quinta, a dos cercanas -él la de la caída de Stalingrado y servidor de la capitulación de Berlín- y el hecho de haber sido viajeros impenitentes. Aunque nos separan también algunas diferencias: Mauricio es un ilustre escritor y profesor universitario que ha navegado por todos los mares del mundo y un servidor un modesto proletario de la periodismo que ha incursionado por donde ha podido.

Nuestro encuentro responde a la aparición de su último libro, “La reinas del mar. Memorias de una vida aventurera” (Acantilado) que, pese a lo que dice el subtítulo y tal como nos aclara el propio interesado, “no es la historia de mi vida, sino unas memorias noveladas, aunque, eso sí, inspiradas en ella. Un texto en el que evoco mis singladuras en los diversos trasatlánticos que he navegado y las gentes con las que he convivido, aunque he evitado que se convirtiese en una enciclopedia del mar”. Mauricio cree que la memoria vital va unida “a la sensualidad, porque donde no hay sensualidad se produce el olvido”. Por otra parte, subraya que tenemos una memoria selectiva y piadosa que elude, vela u olvida los momentos más duros y crueles de nuestro pasado. “Todos tendemos a borrar la niebla, mientras que los momentos de placer se suelen evocar hasta el infinito”.

Confiesa su amor por el mar porque “en sus aguas se borran todas las fronteras y no existen ni las banderas, ni las aduanas, ni los carabineros; pasas de un paralelo a otro y de un meridiano al siguiente inadvertidamente, sin darte cuenta de ello, vives un tiempo marcado solo por la brújula y el sol porque los barcos son explicación, descubrimiento, curiosidad, música…” Y añade: “no he visto nunca un telón de acero en el mar”.

La memoria de nuestro interlocutor es un baúl lleno de recuerdos y anécdotas. Evoca cierta travesía que hizo en el barco soviético el Aleksandr Pushkin, que partió de San Petersburgo con destino a Hamburgo. “Iba embarcado para escribir la guía oficial de los Juegos Olímpicos de Moscú que por cierto boicotearon algunos países como represalia por la invasión rusa de Afganistán. Y en el transcurso de dicha travesía tuve ocasión de vivir momentos memorables. Estuve en la casa de Tolstoi o tuve entre mis manos el libro del Evangelio en el que Dostoievski escondía billetes de diez rublos con los que sobornaba a sus carceleros para que cerrasen más misericordiosamente los grilletes”. Y conserva en la memoria a muchos compañeros de viaje, por ejemplo, a David Niven. “Como he sido crucerista reiterado, he conocido a muchos capitanes de barco que, al verme de nuevo en su paquebote y reconocerme, me invitaban a compartir su mesa, lo que me daba la oportunidad de coincidir con los pasajeros más ilustres que pudiera haber a bordo. 

También tuvo la oportunidad de vivir aventuras inimaginables, tal cual resalta en su libro: “Al sentarme en la mesa y desplegar la servilleta -atada con un lazo de seda gris que sostenía una pálida rosa amarilla- había encontrado en el interior un mensaje de Sarah, Estoy convencido de ella hacía esas cosas para ponerme en un aprieto. Guardé en el bolillo de mi chaqueta la comprometedora tarjeta con la corona de las cuatro perlas en el membrete. Pero, en una rápida ojeada, pude leerla: «A medianoche en Horas de Ocio»”. La consecuencia es que “Los celos forman parte de los hombres y mujeres que trabajan en el mar, porque sus parejas son siempre resisten la prueba de mantener una relación de amor en la distancia”.

En el fondo ¿qué es la vida sino una larga navegación? En la que hay tiempos de bonanza y otros de tormenta, singladuras apacibles y naufragios, paisajes diferentes, porque no son lo mismo los de las aguas del Atlántico, que las del Pacífico o del Índico, atravesar el estrecho de Magallanes o cruzar el cabo de Buena Esperanza, bogar por el mar del Norte o la Antártida; ni, por supuesto, los hombres y mujeres con los que compartes cada navegación son los idénticos. El mar es como la vida: un camino abierto, que Wiesenthal describe con prosa elegante, culta y entretenida mientras va desgranando su vida y entrelazándola con una desbordante imaginación.