Salvatges i homes

''Salvatges i homes'': cuando los nativos de las colonias se exhibían en zoos humanos

Annelise Heurtier denuncia las exposiciones coloniales del pasado que pretendieron elogiar la acción “civilizadora”

Fue el catalán Víctor Balaguer, a la sazón ministro de Ultramar, quien promovió en 1887 la celebración en Madrid de una exposición colonial en la que se exhibió como atracción un grupo de nativo filipino traídos al efecto a título de curiosidad. Fue un ejemplo más de la burda explotación comercial que invadió Europa desde mediados del siglo XIX a mediados del XX y que pretendía ensalzar la pretendida acción civilizadora colonial de las diversas potencias comparándola con las formas de vida de los pueblos sometidos, a los que se consideraba inferiores, primitivos o en un estado atrasado de civilización y a los que se exhibía como curiosidad en forma de zoos humanos. 

Quizá el ejemplo más lacerante fue el ocurrido cuando, con ocasión de la Exposición colonial habida en París en un mucho más cercano 1931, la Federación Francesa de Antiguos Colonos de Nueva Caledonia tuvo la ocurrencia de organizar una exhibición paralela en el Jardín de Aclimatación con nativos canacos y desplazó para ello a un grupo de nativos previamente seleccionados, a los que mantuvo enclaustrados en un régimen de explotación y aislamiento a fin de que la estancia en la metrópoli no pudiera ocasionar su contaminación con ideas “extremistas”.

En torno a este hecho histórico real Annelise Heurtier novela en “Salvatges i homes” (Pagès editors) la estancia en la capital francesa de este grupo de canacos a los que, pese a la aculturación religiosa y lingüística que habían recibido en la colonia, se les obligó a presentar un espectáculo simulando la condición de caníbales. Uno de ellos es el joven Edou quien, deseoso de salir de su isla para conocer mundo, consigue cambiar la plaza que habían adjudicado a su amigo Henri en el grupo y se desplaza a Francia como componente del expresado grupo. Pero la realidad es muy distinta a la imaginada porque los componentes de este colectivo permanecen recluidos en las dependencias del jardín de Aclimatación y obligados a representar una función completamente ajena a las tradiciones y costumbres de su pueblo, semidesnudos -las mujeres con los senos al descubierto, algo que los misioneros habían prohibido tajantemente- y hablando e interpretando unos textos cantos y bailes absurdos en un idioma imaginario y en un escenario falso.

Todo ello ante un público que asiste asombrado y reacciona lanzando piedras o cacahuetes como si los forzados “actores” fueran animales de zoológico. “La única cosa representativa de su pueblo era la ausencia de electricidad” dice la autora. Todo ello ocurre sin que la población parisina se percatase de esta inhumana explotación y ello pese a las reiteradas protestas de una familia de antiguos colonos, los Pravel y de un joven dirigente estudiantil comunista, a las que hacen oídos sordos tanto el Ministerio de Colonias, como los periódicos de la ciudad.

Cuando Víctor Noblecourt, joven adolescente de una acomodada familia parisina, consigue, movido por la curiosidad, entablar contacto con Edou y conoce la ominosa realidad que soporta el grupo canaco, se apresta a ayudarle con una acción de protesta que él mismo accede a protagonizar y con la que provoca un verdadero escándalo que trasciende a la opinión pública y actúa como eficaz revulsivo, a la vez que crea un lazo de indisoluble complicidad entre los dos muchachos que acabará cambiando su vida: Víctor, enclaustrado por su familia en un lejano internado y Edou, renunciando a regresar a Caledonia para poder reencontrar al amigo que devolvió la dignidad a su gente.

Puede que sea fruto de la casualidad, pero “Saltvatges i homes” aparece justamente cuando estos mismos días Nueva Caledonia, que sigue siendo colonia francesa casi un siglo después de lo ocurrido en el relato de Heurtier, vive momentos de gravedad por la persistencia de esta situación anómala en la que la explotación económica se enreda con la supervivencia de elementos de pretendida superioridad racial. Y es que, como dice Antumi Toasijé, presidente del Consejo para la eliminación de la discriminación racial o étnica ”el racismo sigue presente en el mundo, lo estructura, es sistémico y regula las relaciones entre personas con origen en el sur global y las personas del norte global, así como las relaciones políticas, económicas, y culturales de los dos espacios que se corresponden con los espacios de las metrópolis y de los territorios colonizados”.