Una cabeza con símbolos del género

Negocio con la disforia de género

Hay entre nosotros un bombardeo mediático para dar como normal la medicalización de este fenómeno donde es posible modificar el registro del sexo de los menores sin necesidad de autorización paterna ni de consejo médico

Cuando se trata de la dignidad de los seres humanos no se puede mirar a otro lado y hay que ser radical en su defensa y promoción, lo que exige reivindicar la libertad que les es inherente por su condición personal; a los demás seres vivos también les debemos un respeto, aunque guarde relación hoy no entraré en este asunto.

Inexorablemente, todo ser humano nace con un sexo: o femenino o masculino; acaso hermafrodita (con testículos y ovarios). De este carácter sexual queda registro oficial en la partida de nacimiento. ¿Quiere esto decir que cada individuo se siente identificado con su sexo? No siempre es así. Por esto se hace una distinción básica entre sexo y género: se habla de cisgénero a quien se siente identificado con su sexo y transgénero a quien no (los prefijos latinos: cis-, del lado de acá; trans-, del otro lado).

En el caso de quienes no sienten su cuerpo como propio hay que entender el malestar que sienten por ello o que otros les hacen sentir. Aunque, mayoritariamente, la identidad sexual sea binaria, las orientaciones de conducta sexual son múltiples y dispares; lo que hace posible distanciar el sexo natal del género vital. De este modo, existe lo que se denomina ‘disforia de género’ (la etimología indica que hay una disconformidad difícil de soportar y de llevar, tanto en lo emocional como en el día a día). Se estima que alrededor del 80 por ciento de los adolescentes con conflictos de género, etiqueta y disforia son chicas.

El Diccionario de la RAE define ‘transexual’ a quien “se siente del sexo contrario, y adopta sus atuendos y comportamientos”, pero también a quien “mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica, adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto”. La ciencia y la técnica permiten hoy esta transición sexual y las demandas para llevarla a cabo se han disparado en los últimos años. Ante este tránsito, algunos lo presentan de forma burda y se anuncian como un movimiento de derechos civiles hacia los que son calificados como los más marginados y maltratados: los transexuales, a quienes se dota de un aura de transgresores fascinantes.

Pero esta ideología maltrata y desprecia la razón que nos distingue como humanos. Presenta la ciencia como una forma opresiva de ideología, niegan la objetividad y la verdad, señaladas como conceptos engañosos. Desde tales posiciones se repite que para ‘ser mujer’ basta con ‘sentirlo’. El siguiente paso es postular soluciones drásticas y con secuelas: la hormonización de jóvenes con disforia de género. De este modo ha crecido una industria transgénero con evidentes intereses económicos, al igual que determinadas empresas biomédicas. Hay entre nosotros un bombardeo mediático para dar como normal la medicalización de este fenómeno donde es posible modificar el registro del sexo de los menores sin necesidad de autorización paterna ni de consejo médico.

A diferencia de lo que sucede en nuestro país, Finlandia ha elevado la edad de tratamiento hormonal a los 25 años. De todo esto, los psicólogos José Errasti, Marino Pérez y Nagore de Arquer -quien desistió de la transición de género que había iniciado- hablan en su libro Mamá, soy trans (Deusto). Se trata de una guía para familias de adolescentes con conflictos de género que cuenta con el apoyo de Amanda, una agrupación constituida por madres de jóvenes con problemas de disforia de género de inicio rápido y que reúne a más de cuatrocientas familias afectadas.

Esta guía recomienda que, a pesar de lo difícil que pueda resultar, el tema trans no monopolice la vida de la familia y postula seguir el principio de espera atenta: escuchar de verdad y entender bien (nada da frutos sin constancia y coherencia). El tono cariñoso y la flexibilidad deben ir conjugados con firmeza en lo que resulta lógico: críticas específicas y oportunas, pero sin sermonear ni insistir. El apoyo incondicional y acrítico, una excesiva condescendencia, refuerza y extrema la tendencia a huir del mundo objetivo. Puede ser muy difícil, pero se precisa no incurrir en posiciones autoritarias e irritadas, impregnadas de miedo.

No se debe ignorar ni pasar por alto el efecto contagioso y opresor que producen las redes sociales, donde hay videos como, por ejemplo, el titulado ‘¿Hay alguna chica que no quiera ser chico? Sería mucho mejor’, que reciben miles de me gusta con centenares de miles de visualizaciones. Para estos psicólogos: “En una sociedad sexista, en la que ser mujer implica tener mayores probabilidades de ser acosada, violada o agredida, ¿qué chica adolescente no quiere huir de ello? ¿A qué chica le gusta haber pasado a ser sexualizada por personas que ni siquiera le interesan?”. Es evidente el sexismo que devalúa la condición de la mujer y la hace desmerecer. Un atropello contra la realidad.