Un hombre trabajando

El pacto social alemán, fragilizado

Artículo de opinión escrito por el expolìtico y líder vecinal barcelonés Lluís Rabell

Entender los dilemas a los que se enfrentan nuestras naciones industriales a través de las tensiones que fluyen en el seno de una factoría del ramo del automóvil, en una próspera región industrial de Alemania. Eso es lo que nos permite el interesante reportaje de Cécile Boutelet, publicado por “Le Monde” y reproducido a continuación, centrado en la histórica fábrica de Daimler Truck, en Gaggenau, cercana a la frontera francesa. No sólo se trata de la fábrica del ramo más antigua del país – que acaba de cerrar un exitoso ejercicio -, sino que sus empleados, altamente sindicalizados, gozan de un envidiable nivel salarial y su régimen de cogestión es considerado modélico. Sin embargo…

Sin embargo, todos los elementos de la tormenta que se cierne sobre Europa, todos los desafíos que decidirán de su semblante y acaso del propio destino de la democracia, están ya presentes, acumulándose antes de alcanzar una masa crítica. La transición ecológica es sin duda el gran desafío de nuestro tiempo. En ningún otro lugar apreciaríamos con mayor claridad el cambio radical de cultura y de organización productiva que puede llegar a suponer. En Gaggenau, todo el conocimiento acumulado se basa en los motores de combustión interna, llamados a ser sustituidos por propulsores eléctricos – y cuyo montaje requerirá muchos menos componentes y, en principio, menos mano de obra. Pero, mientras que el gobierno proclama lo ineluctable del cambio, las nuevas inversiones tecnológicas tardan en llegar. Los planes industriales que permitirían garantizar los empleos de mañana – integrando la cadena de valor de la futura producción -, permanecen en el limbo. Con la consecuente desazón de los trabajadores y una creciente desconfianza hacia el discurso verde de la izquierda.

La transición ecológica planteará agudos conflictos de clase. Cuando mayor es la necesidad de inversiones masivas para hacerla posible, más intensa deviene la presión de grandes grupos de accionistas a favor del reparto de dividendos, con la vista puesta en las oportunidades de los mercados financieros. La lógica de la acumulación capitalista, de su ritmo en perpetua aceleración, choca con el tiempo largo de la puesta a punto del nuevo modelo industrial. La transición no se dará por su propio peso. Requerirá una intervención voluntarista y planificada de los poderes públicos. Ya sea mediante incentivos y políticas fiscales, a través de inversiones directas en determinadas infraestructuras que marquen el camino de la electrificación o tomando posiciones en el accionariado de industrias tractoras… La transición ecológica no será espontánea. Si los poderes públicos no vencen las reticencias del capital, tendrán que enfrentarse a la reacción de una clase trabajadora que teme ya por su futuro.

Sobre ese temor al empobrecimiento y al declive, ya perceptible, de sus condiciones de vida, progresa la extrema derecha. No se trata tanto de la adhesión a un discurso como de la amalgama de un descontento… al cual las fuerzas progresistas no consiguen dar una respuesta convincente. A la espera del veredicto de las urnas en las próximas convocatorias regionales o en los comicios europeos, los sondeos de opinión apuntan a un progreso sostenido de la extrema derecha, rebasando las expectativas de una fuerza tan tradicionalmente enraizada entre los obreros como la socialdemocracia. Incluso allí donde todavía no han llegado los peores estragos, la incertidumbre sacude ya el paisaje político. El negacionismo reaccionario acerca del cambio climático podría fusionar la reacción de quienes rehúsan convertirse en los perdedores de la transición ecológica… con los intereses, egoístas y devastadores, de los sectores corporativos financiarizados.

En cualquier caso, los cinturones sanitarios en torno a la extrema derecha difícilmente resistirán el empuje de la presión social que se avecina. Las preguntas están ahí, las dudas ya se verbalizan. “¿Por qué debemos asumir nosotros los costes de un cambio que el mundo no está haciendo? ¿Cuántos extranjeros deberemos acoger, ahora que vienen tiempos difíciles y la inflación sigue mermando nuestro bienestar?” No serán los discursos moralizadores acerca del racismo – en ocasiones percibidos como una muestra de incomprensión por parte de una izquierda alejada del mundo del trabajo y de los barrios – los que retendrán la fidelidad de la que fue su base social histórica.

Sin embargo, como bien lo muestra la crónica, sigue habiendo poderosos elementos en los que la izquierda puede apoyarse para impulsar la transición. Se trata, en primer lugar, de las propias conquistas del movimiento obrero, tanto en el ámbito sindical como en el dominio de la cogestión; es decir, de la capacidad de los trabajadores para incidir en la marcha de las empresas estratégicas. Pero eso no bastará. Las implicaciones que conlleva la transformación del aparato productivo no pueden circunscribirse al marco de la economía nacional, ni solventarse por medios estrechamente proteccionistas. Daimler Truck, sin ir más lejos, corrió a desarrollar sus inversiones en automoción eléctrica… a Estados Unidos, beneficiándose de las ayudas promovidas desde la Casa Blanca. Es necesaria una política industrial europea. Y corresponde en primer lugar a la izquierda promoverla, consciente de hasta qué punto nos va en ello la cohesión social y la vida democrática.