Carles Puigdemont, en Waterloo

Un tipo que no vota pero que acompaña

El procés ha sido reavivado a fondo por Pedro Sánchez, ¿por qué, para qué?

Durante demasiado tiempo se ha hecho creer que los catalanes son nacionalistas, y quienes no lo somos o bien somos menos catalanes o bien somos otra cosa. Pero hay una Cataluña desacomplejada, mestiza y cosmopolita enfrentada con otra prepotente y exclusiva. La imagino ahora representada con los periodistas Albert Soler, Víctor Amela y Ramón de España, quienes, secundados por el músico y compositor Alfonso de Vilallonga, actuaron hace unos días en comandita para presentar en Barcelona el último libro del primero de ellos: Puigdemont: el regreso del Vivales (Sagesse); editado por Luis Campo Vidal. Una sala llena con cien personas dispuestas a pasar un buen rato y a no callar lo que ven y saben, conscientes de que uno de los últimos cuadros de Piet Mondrian estuvo setenta años en un museo colgado al revés sin que nadie impugnara el error. Una buena metáfora.

Los disgustos siempre están acechando, con el peligro añadido de envolvernos en amargura. “La vida siempre son preocupaciones”, me confesaba hace unos días una amiga. Por esto son dignos de reconocimiento quienes, en lugar de ahondar en el sinsabor de los reveses y las contrariedades, dan rienda suelta al humor, a la guasa, a la ironía alegre y que, a pesar de que todo sea deprimente, no cejan en procurar dar la vuelta a las cosas. Es una actitud infrecuente, pero hacer sonreír o reír abiertamente permite olvidar o darse ánimos. Y es muy de agradecer. No hay mal que cien años dure, reza un refrán que puede agregar ni cuerpo que lo resista.

El procés ha sido reavivado a fondo por Pedro Sánchez, ¿por qué, para qué? Por estar dispuesto a lo que sea para seguir dando de comer a los suyos, desde la Moncloa y desde un Falcon. El desdoblamiento de personalidad de este tipo es asombroso y hace cualquier cosa sin dar explicaciones veraces; con su palabrería, muecas y maniobras ha logrado ser consentido por los suyos. El país es más tonto gracias a él.

Sánchez ha hablado de lo urgente que es resolver el problema de Cataluña, Soler ironiza desde Gerona acerca de esta falsa excusa: “Es normal que los catalanes no sepamos nada de nuestro problema y Sánchez sí, por algo él tiene acceso a los servicios secretos, que le habrán informado de que no podemos seguir así”, “podría optar por dejarnos en paz, que aquí estamos tan ricamente, pero claro, sin problemas no hay amnistía. Y sin amnistía no sigue de presidente”. Pero todo esto es demoledor y, a fin de cuentas, atenta contra la verdadera convivencia entre los catalanes, al privilegiar a probados delincuentes que hablan y actúan en nombre de Cataluña y excluyen de ella a la mayoría de sus conciudadanos.

El humor se activa desde una actitud satírica y rebelde ante la evidencia de una farsa acompañada por un sinfín de afirmaciones burdas y engañosas; mucha lírica y solemnidad cuando lo único que importa es el poder y el reparto del dinero. Albert Soler y sus amigos antes mencionados -catalanes todos ellos- no vacilan en burlarse de todo, un desparpajo terapéutico que expande entre muchos de sus paisanos el consuelo y alivio necesarios para no caer en depresiones y combatir pesadillas. ¿Se quiere entender en el resto de España esta distinción entre catalanes? Albert Soler escribe en un diario gerundense y desde sus rechiflas estimula a distinguir lo real de lo imaginario. Él mismo afirma que gracias al procés se ha hecho famoso y ha conocido a multitud de amigos, pero no deja de señalar con desdén que los nacionalistas han perdido hace tiempo el sentido del humor, y que “en Cataluña, reírse de las idioteces del Vivales se considera delito de lesa traición”. El Vivales es el nombre que el padre de Soler le puso a Puigdemont al verlo por televisión y que ha hecho fortuna entre los constitucionalistas catalanes. Albert Soler retrata con sorna el parque temático que ha promovido el lacismo (partidarios de los lazos amarillos en protesta por los políticos presos).

En este libro hay referencias a Vàltonyc “chaval desconocido que no tenía donde caerse muerto” y consiguió colarse en la corte de Waterloo; el ceporro que cantaba “para todos aquellos que tienen miedo cuando arrancan su coche, que sepan que cuando revienten sus costillas, brindaremos con champán”. Se evoca al presidentorra, a los mellizos Tururull (Turull y Rull) y se da cuenta del gesto heroico de Nogueras moviendo de lugar banderas en el Congreso de los Diputados

 Bajo pretexto de diversión y libertad de expresión, la televisión pública TV3 emite programas en que es ordinario bromear con ‘¡Puta España!’. Es inevitable preguntar en voz alta qué pasaría si alguien dijera con chanza, en esa misma cadena o en otra, ‘¡Puta Cataluña!’. ¿Qué se diría, qué se haría, qué ocurriría? Estamos perdidos en la caverna de la fina brutalidad que maltrata y que reclama privilegios y desigual trato. Les recomiendo leer ‘Un meublé en Waterloo’.