Obra de teatro en el Akadèmia de Barcelona

La veritat de mentida, una comedia 'de matrimonios' pletórica de ingenio y humor

"La veritat de mentida", una comedia “de matrimonios” pletórica de ingenio, ironía y humor (Akadèmia) Guido Torlonia dirige en el Teatro Akadèmia "La veritat de mentida", una comedia de Florian Zeller que combina ingenio, ironía y humor con una interpretación actoral excelente

A mediados del siglo pasado hubo en la Rambla de Cataluña de Barcelona, entre las calles de Provenza y Mallorca, un cine “de estreno” llamado Alexandra. Disponía de una pequeña sala aledaña que, con el tiempo, se dedicó a la actividad teatral y fue conocida como Alexis. En ella se presentaron comedias de pequeño formato, algunas de la cuales se eternizaron en su cartelera. La más duradera de todas fue sin duda “Cena de matrimonios”, que perduró durante varias temporadas y constituyó de alguna manera la consagración de un subgénero que hemos venido en caracterizar como “comedias de parejas o de matrimonios” y que se ha convertido en recurrente y ha hecho fortuna, produciendo nuevos textos de desigual calidad y dispar acierto. 

Pues bien, eso exactamente es "La veritat de mentida" de Florian Zeller que Guido Torlonia dirige en el Teatro Akadèmia. Habida cuenta de su autor, considerado por alguna prestigiosa publicación europea como uno de los dos mejores del teatro francés contemporáneo en compañía de Yasmina Reza, fácil será colegir que nos encontramos ante un texto en los que Zeller juega con magistral habilidad en torno a unos personajes que bien pudieran ser de carne y hueso -y que acaso seríamos capaces de identificar con otros reales cercanos a nuestras propias vivencias- y los coloca ante situaciones particularmente disparatadas, pero no por ello menos verosímiles. En definitiva, se trata de un juego dramático entretejido entre dos parejas: un matrimonio estable, pero con caracteres harto desiguales y la vida en común de cuyos miembros ha decaído en una convivencia anodina, y el amigo de ambos, recientemente separado de su legítima  esposa y emparejado con una muchacha bastante más joven, situación que la mujer del primero desaprueba manifiestamente, pero cuya situación se ve obligada a aceptar con la máxima renuencia cuando su marido invita a cenar a los dos últimos. Todo ello da lugar a una serie de situaciones que Zeller desarrolla utilizando “ad libitum” los “apartes” que, como dice el diccionario de la RAE, son aquellas “palabras que dice un personaje fingiendo hablar consigo mismo o dirigiéndose a otro u otros, y dando por supuesto que no las oyen los demás”. De este modo, el público sigue dos lenguajes paralelos: el que discurre abiertamente entre los personajes y el que éstos piensan para sus adentros, en el que manifiestan con absoluta franqueza sus opiniones sobre la situaciones que están viviendo. El desajuste que se produce entre la palabra hablada convencional, repleta de hipocresía, y el pensamiento oculto, pone de relieve una discordancia evidente que provoca la hilaridad del público. 

Claro que nada de ello sería teatralmente eficaz si no estuviera en manos de unos artistas adecuados y lo cierto es que Torlonia ha encontrado en  Enrico Ianniello, Concha Milla, Frank Capdet y Aida Llop los intérpretes adecuados: el marido timorato y calzonazos que noss e atreve a comunicar a su mujer que ha invitado a cenar al amigo cuya situación irregular esta desaprueba con firmeza, la cónyuge inteligente e irónica que le domina y es capaz hasta de adivinar sus pensamientos, el amigo dispuesto a vivir su nueva aventura sentimental pero que precisa de la aprobación de su entorno y la muchacha pizpireta que aparenta estar al margen de todo pero que no se pierde ni comba y es capaz de desestabilizar la convivencia del matrimonio. 

Con un decorado realista, una iluminación perfecta, unas ilustraciones musicales en el momento pertinente y un ritmo irreprochable, "La veritat de mentida", segunda producción propia del Akadèmia durante la presente temporada, significa un nuevo acierto. Bastará con que digamos que hacía tiempo que nos disfrutábamos tanto viendo una comedia, ni que llegáramos a su término y sin haber tenido la necesidad de ceder ni una sola vez a la tentación de mirar el reloj.