Federico García Lorca

La intimidad que se rompe

El gran africanista Pablo-Ignacio de Dalmases ha dedicado un libro a tratar la intimidad sexual de García Lorca

Desde el círculo de amigos cultos y homosexuales de Federico García Lorca se ha atribuido a éste el neologismo epente (o epéntico) como sinónimo de gay.

Una clave de referencia entre iniciados, una intercalación (o epéntesis) de un sonido o una nota particular. Así, los que crean, pero no procrean. Una sexualidad laberíntica porque era reprimida y a la que se le cerraban todas las puertas.

El gran africanista Pablo-Ignacio de Dalmases ha dedicado un libro a tratar la intimidad sexual de García Lorca, una biografía calificada de gay.

Los novios de Federico (Cántico) es un libro lleno de documentación, con unas seiscientas notas a pie de página; un promedio de dos por página.

Debo decir que me desagrada vivamente la intromisión en la vida íntima de nadie; incluida, por supuesto, la sexual. Me quedo con los versos de Federico, una fuente constante de inspiración de belleza e intensidad en el sentir, quien buscaba “el equilibrio sereno del rimar”, en medio de la angustia que a veces le llegaba a ahogar.

El poeta afirmaba que, en ocasiones, sabía lo que sentía, pero no lo podía expresar. El poeta que, amando lo mejor de España, deploraba el desierto en donde mueren las ideas grandes dominado por gentes anodinas, vulgares y envidiosas.

Como tantas otras, la española es una sociedad que, ayer y hoy, tiene como entretenimiento preferido el chismorrear sobre las vidas ajenas.

Y que hurga todo lo que puede, hasta ventilarlas a los cuatro vientos; a veces, incluso, con el gusto de despellejar. La cuestión es que Federico aconsejó por escrito a uno de sus amigos más estrechos que no leyese sus cartas a nadie, “pues carta que se lee es intimidad que se rompe”. Nada hay que añadir, la opinión del poeta es muy clara. Contravenirla y vulnerarla es lamentable.

No precisa que le ‘humanicen’, convertido en un pillamoscas (modismo aplicado a quien tenía pericia en atrapar a los jóvenes que le gustaban).

Federico era muy elocuente y todo lo celebraba y todo lo reía, también las flores de nuestra amistad: “tienes un alma hermosa que yo he visto muchas veces en la delicadeza de tu profunda mirada”.

Como no podía ser de otro modo, el genio de Federico estaba entreverado con las cosas más corrientes de la vida humana.

Dice De Dalmases que es lícito preguntarse si García Lorca llegó a vivir con plenitud el amor o si se enamoraba de la persona equivocada, como es frecuente.

De este modo, indaga en la volatilidad de sus relaciones eróticas y en el itinerario ideológico que siguió cada uno de sus amantes.

Leo que Luis Rosales (el poeta falangista que refugió en su casa a Federico y de donde fue sacado a la fuerza para ser vilmente, atrozmente asesinado) le confesó a José Luis Vila San-Juan en 1975 que le echaron de Falange y le impusieron una multa de cien mil pesetas (equivalente a dos millones de pesetas de hace medio siglo) que pagó su padre y dijo que a él no le mataron gracias a la intervención del doctor Narciso Perales.

Vuelvo a la lectura directa de versos de Federico García Lorca, donde había dignidad, pureza, piedad, temor, ternura:

“¡Qué blando con las espigas! / ¡Qué duro con las espuelas!”.

“Que yo sólo anhelo ser alma, / ser crepúsculo, aurora, ser flor, / ser muy bueno, muy niño, muy pobre, / ser mañana, ser miel, ser amor”.

“Apiádate de todo lo que muere sin saber por qué muere”.

“Por un abrazo sé yo todas estas cosas”.