Una sala de cine llena de espectadores

Ver y hablar de cine

Ahora se va al cine mucho menos que antes, pero las plataformas digitales siguen reproduciendo películas antiguas

Hay un arte de vivir y de sentir que recibe los beneficios que nos procura haber absorbido buen cine. Nuestra experiencia se multiplica, se amplía y se ahonda en la vida de cada día. Incorporamos puntos de vista distintos a los nuestros, un insólito juego de espejos y de ficciones que incrementa nuestra imaginación y nuestra empatía. Y que, sobre todo, nos entretiene y nos distrae de la pesadumbre que acompaña nuestro transcurrir vital.

Ahora se va al cine mucho menos que antes, pero las plataformas digitales siguen reproduciendo películas antiguas. Son accesibles para todo el mundo, sólo hace falta ponerse a verlas y disfrutar contemplándolas y, siempre mejor, comentándolas con alguien querido.

Leo un interesante ensayo monográfico sobre la película Vértigo de Hitchcock. Se titula Ficción fatal (Taurus) y su autor es Manuel Arias Maldonado, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga que colabora de forma habitual en Prensa y en revistas culturales. Me asombra no sólo su pasión cinematográfica sino su saber acerca de películas, directores y actores, todo lo cual es un motivo de admiración. Se fija en la película Vértigo, que Alfred Hitchcock estrenó el 9 de mayo de 1958 en San Francisco, ciudad que puede ser considerada como un personaje de fondo de este célebre y magistral film. Cabe señalar que Vértigo apenas cubrió los costes que supuso, a diferencia de La ventana indiscreta o Con la muerte en los talones, películas que el director británico hizo por la misma época.

Tras recuperar en 1967 los derechos de algunas de sus películas, Hitchcock las retiró del mercado para poder firmar contratos de televisión. Vértigo (llamada en España De entre los muertos) se reestrenó en 1983, tres años después de que Hitchcock muriera. En 1996, casi cuarenta años después de su estreno, se restauró con plenitud y particular brillantez. El guión de partida se basaba en la novela D’entre les morts, publicada cuatro años antes por Pierre Boileau y Thomas Narcejac (seudónimo de Pierre Ayraud).

Scottie es víctima de un engaño y de una conspiración organizada por un antiguo compañero de estudios llamado Gavin Elster, que urde una estratagema para deshacerse de su propia mujer. El papel del detective Scottie lo interpreta James Stewart, y Arias Maldonado asevera que no puede imaginarlo encarnado por ningún otro actor. En cuanto a la protagonista femenina, su desdoblamiento en Madeleine/Judy, apunta Arias Maldonado, exigía “una intérprete que resultase creíble encarnando dos ideales contrapuestos de femineidad”. Kim Novak está magnífica tanto en el papel de la misteriosa y deslumbrante Madelaine como en el de la descorazonada y vulgar Judy.

Scottie, quien sufre una crisis emocional, perderá su poder y libertad -se nos dice en estas páginas- al enamorarse de Madeleine; un personaje que, por encargo de Elster, sólo existía para el detective (incapaz de ver lo que había detrás del rostro de aquella dama cuando la miraba y evocaba). Las miradas de esos personajes centran nuestra atención como espectadores, nos hacemos mirones o voyeurs donde hay gestos medidos al milímetro. Hitchcock explora en esta cinta tanto el voyeurismo como el fetichismo. Un viaje al interior de la mirada, una exploración de la subjetividad y la obsesión.

Arias Maldonado entiende que no podemos ver la película sin esforzarnos por mirar en su interior. No es que veamos lo que ve Scottie, sino que vemos lo que siente en cada momento. Por su parte, Judy se había enamorado de Scottie haciendo de Madeleine. Más allá de su complicidad en un asesinato, el drama de Judy consiste en que sabe que Scottie no puede quererla por sí misma, sino por representar a la mágica Madeleine que es una versión deseable de sí misma y que siente inalcanzable para ella. Scottie, desesperado y perdido en una identidad que le confunde, intenta recrearla y transformarla. Una ficción dentro de una ficción.

En toda la historia sobresale la función del color, del vestuario y de la banda sonora de Bernard Herrmann, que refuerza en el espectador la sensación de máxima intensidad emocional.

En la economía de esta obra clásica del cine: “Todos los planos dicen algo; transmiten información acerca del destino de los personajes o el curso de la acción”. Transcurren los años, y al volver a verla nunca dejamos de extraer emociones nuevas y captar destellos de lo más arcano que guarda la condición humana. Y esto produce placer y añade interés.