Representación de la obra 'Voltaire Rousseau. La disputa' en el Teatre Romea de Barcelona

Josep Maria Flotats es Voltaire en “La disputa”

El actor y director catalán regresa al teatro Romea después de 65 años con la obra de Jean François Prévand y la compañía de Pep Planas

“Yo soy solo un humilde servidor de los autores cuyos personajes interpreto, mi único privilegio es el de poder escoger a aquellos” nos ha dicho Josep María Flotats en el vestíbulo del teatro Romea el día de su regreso a este local en donde no había vuelto a actual desde un lejano año 1959, entonces como actor secundario. Entre aquella fecha y la de hoy, toda una vida, en su caso pletórica de éxitos como actor y director, tanto en teatro, como en cine y en televisión y, además, caso ciertamente excepcional, en el dominio de una perfecta dicción en catalán -su idioma materno-, castellano y francés, éste aprendido en el Liceo de Barcelona y, en buena medida, su idioma de consagración internacional.

Flotats regresa al Romea con “Voltaire Rousseau. La disputa”, una obra de Jean-François Prévand sobre un imaginativo combate dialéctico entre estos dos grandes personajes de la historia moderna que sentaron la bases de los principios de la revolución francesa y de la sociedad contemporánea. La conversación con Flotats es rica en matices y apreciaciones y va más allá de hablar de la función que protagoniza en ese momento, sobre la que se siente particularmente identificado porque “soy medio volteriano y medio roussonaino y, si a eso se suma una educación religiosa, el resultado es un vendaval que resulta inexplicable”. Confiesa que tiene “una sensibilidad exacerbada y que controla mal sus emociones fuera de escena” pero “está orgulloso de defender el teatro en el que creo, el teatro de arte en mayúsculas que invita a la reflexión, tan necesaria e indispensable en la sociedad que nos ha tocado vivir”. Esto le lleva a “experimentar una angustia indisimulable como ciudadano, de modo que lo compenso desfogándome en escena”, por lo que advierte de un peligro que le parece inminente y que afecta a la vigencia de un principio tan básico en Europa como el de la libertad: dijo haber leído hace unos días algo sobre el propósito de la Unión Europea de crear un organismo que vele por el respeto a los principios que la inspiran y persiga o suprima aquellos que los ataquen. 

Parecía inevitable que apareciese alguna referencia al Teatro Nacional que fundó y dirigió y, aunque confesó que no estaba al tanto de su funcionamiento, no por ello dejó de afirmar que, en su opinión, cualquier teatro público al cien por cien debe buscar no tanto una programación con muchos títulos diferentes, sino que debe centrarse en menos producciones, eso sí, de alto nivel artístico y ambiciosos medios, pero con una permanencia larga en cartelera para que puedan ser disfrutadas por el mayor número de espectadores. “Es la mejor firma de optimizar los recursos públicos que se invierten en ello”.

En cualquier caso, aclaró que no siente nostalgia por el pasado, acaso “porque tengo muchos amigos que ya han desaparecido” y que prefiere, en consecuencia, “apostar decididamente por el compromiso inmediato”. El de ahora es “La disputa”.